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Islas Feroe: las islas del fin del Mundo

Capítulo 3


Son las cinco de la mañana y un sol despiadado entra por ventanas como un torrente que baña todo el recinto. El día está despejado, cielo azul intenso y desde la cama puedo ver a través de la puerta de cristal (la puerta de entrada principal era de cristal enterizo y sin cortinas, aquí parece no existir la vida privada…) veo el mar y las colinas que nos rodean. Me levanto y salgo directamente al pequeño “jardín” que hay frente a nuestra puerta; el día es espectacular pero el viento frio azota con fuerza las casas de nuestro entorno y la nuestra, naturalmente.

Son casas nórdicas prefabricadas en su mayoría y aunque parecen módulos de colegio, tienen un aislamiento envidiable aunque una estética bastante estándar y austera.


Me visto y salgo a dar una vuelta, nadie, absolutamente nadie por sus calles, plazas o jardines…no deja de ser inquietante y todo empieza a parecer un decorado sobre un marco realmente espectacular.

Hoy recorreremos Vagar: hay localizaciones que tenemos que afianzar y nos apetece mucho comenzar ruta. La isla es “manejable” y en una jornada la tendremos vista y testeada. Hay mucho por ver y a las 7 horas comenzamos ruta…

Ya a bordo, sólo escuchamos el viento que golpea con rabia nuestro coche y el rugir incesante y descorazonador de nuestros vacios estómagos. Volvemos a recorrer el pueblo con la esperanza de que haya vida…nada, parece que una plaga apocalíptica haya diezmado la población y con los rugidos en aumento, comenzamos ruta.


El paisaje de Feroes es absolutamente grandioso de principio a fin, miles de cascadas y torrentes nos acompañan a lo largo de la ruta que transcurre por valles y montañas que llegan a abrumar. Al radiante sol que nos levantó esta mañana le ha seguido rápidamente, una cortina de nubes que lo cubre todo descargando otra gélida cortina de fina pero incesante llovizna que transforma el paisaje y nos introduce bruscamente en un crudo invierno. El termómetro se desploma y el temporal arrecia, llevamos unas dos horas conduciendo y solo nos hemos cruzado con un par de coches.

Aquí todo parece haberse detenido hace miles de años, sus paisajes sacados de lo más profundo del jurásico no hace más que incitarnos a parar para fotografiarlo a pesar del tiempo endemoniado que hace fuera del coche, pero ¿quién se resiste a este colosal espectáculo?.

Tras varios kilómetros, encontramos una gasolinera que alivia nuestra sensación de soledad y naturalmente paramos…

Al entrar, un torrente cálido nos traspasa, la calefacción está a tope, la campanilla de la puerta anuncia nuestra entrada y la joven dependienta nos mira extrañada, -no suelen haber mucho turismo por aquí-

Por fin podemos comer algo, hablamos con la jovencita empleada intentando “confraternizar” aunque ella no es muy colaboradora y decidimos dejarlo estar.

Tras un café con unos bollos, el cuerpo empieza a “meterse en caja” y volvemos a la ruta. Muy cerca de donde estamos, se encuentra el primero de los famosos túneles bajo el mar que comunican gran parte de estas islas: estos túneles son muy peculiares ya que aparte de ser en su mayoría muy largos, comienzan con una pronunciada pendiente que te lleva a circular bajo el manto marino (cuestión que en principio acongoja un poco).

Estos formidables túneles dignos de culturas e ingenierías nórdicas, tienen la particularidad de que una vez que llegas a su punto más bajo, ofrecen al conductor un “espectáculo” de luces que se proyectan sobre el techo, mostrando una realidad aún más “irreal” (si cabe) que simula el fondo marino…posiblemente para aliviar el stress de los que padezcan claustrofobia y que no negaré… queda pintoresco.



Llegamos de nuevo a casa tras recorrer la isla en su totalidad, la jornada ha sido intensa en muchos aspectos: hemos revivido las cuatro estaciones climáticas incluyendo algún copo de nieve, con ventisca severa, frio polar y calor tórrido al atardecer. Vagar nos ocupará dos jornadas de este viaje.


Afortunada y sorprendentemente, a pesar de su despoblación, las islas tienen una magnifica red de carreteras (dentro de lo que son las islas claro) en buen estado, que te llevan a recorrer todo su perímetro con cierta comodidad. Sin embargo, para llegar a algunas de las localizaciones más espectaculares, hay que “patear” un ratito por pendientes pronunciadas y acantilados que en algunos casos, disparan nuestra adrenalina y te muestran continuamente, lo ridículos, mínimos e insignificante que somos.


Vagar nos ha desvelado gran parte de sus encantos aunque hay algunos que conoceremos mañana, muchas fotos y videos habíamos visto antes de venir, pero la realidad supera con creces la ficción (como casi siempre) la isla ofrece al fotógrafo más de lo que es capaz de captar o inmortalizar; Sus luces son muy cambiantes, intensas y formidables haciendo que cada foto, sea un reto paramétrico (palabreja inventada pero muy al hilo) hay que gestionar y exprimir bien nuestros equipos para captar un ápice de lo que se nos ofrece llegando en momentos a ser casi “desalentador” ya que no somos capaces (o al menos yo) de captar tanta grandeza, magnificencia y nivel cromático como nos rodea.

Vagar nos ha mostrado acantilados infinitos que terminan en un mar azul eléctrico o gris pizarra según el cielo que lo cubre, crestas que desafían la gravedad y que parecen desgarrar el cielo con sus afiladas puntas, cascadas increíbles que vierten sus cristalinas aguas al mar tras precipitarse por un interminable abismo, cielos infinitos llenos de matices de color, verdísimas y prístinas praderas salpicadas siempre por rudos borregos que desafían estoicos, las inclemencias climáticas más exigentes, pequeñas casas de maderas negras y de piedra con techos de césped que recuerdan lo más profundo de las culturas nórdicas y rincones maravillosos que nos han dejado atónitos y traspuestos por su inconmensurable belleza, soledad y melancolía (en algunos casos) tras tanta belleza contemplada, solo espero poder haber plasmado aunque sea un ápice de tan descomunal y natural belleza primitiva.


Nuestra próxima frontera: Streymoy.











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